Anoche tuvimos la peor noticia que podiamos tener: nos dejó, se cansó de vivir, Rosita Aloy de Camarotti. Era dulce, muy buena compañera, siempre estaba dispuesta a cuidar a los enfermos, a ir a verlos, atenderlos, y amaba la Plaza: «Es lo único que me salva, –me decía– la Plaza, la Plaza». Y va a estar ahí, porque pidió que la cremaran y, como todas las Madres, que sus cenizas estén donde estamos siempre: en la Plaza.

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